Valió la pena.

Valió la pena esperar,
pude secuestrar cada oración
en mis manos
y supe comprender que mi fe
solo fue por casualidad.

Valió la pena arriesgarme,
aunque desaproveché mucho,
reconquisté ese acatamiento
que solo llegó por consanguinidad.

Valió la pena consagrar tanto,
que en tan poco tiempo
pude recuperar las esperanzas
por volverle a escuchar.

Valió la pena contravenir,
aun sin ser un abandono
porque mi moral,
no tenía derecho ni claridad.

Valió la pena llorar,
por he ahí el dilema de ser mortal,
mi pureza espiritual lo valió todo
que tuve que dejar de ser una indulgencia más.



En/Inercia.
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2010.