A ese maestro.

A ese maestro.




A ese maestro que tiene un as
en la trinchera, guardando triunfante
y enseñando lo que es la hoguera.
Que posa en sus labios palabras obtusas,
llenas de odas y obres efímeras;
el que dicta sus palabras bizarras,
esparcidas en su morada.
al que vela por sus propios intereses
casí inhumanos y abrevia
su alrededor humano.

A ese maestro insulso en rol,
capaz de rebatir los susurros del viento
y adueñarse de los sentimientos ajenos.
A ese que es capaz de ser el directriz
de los flagelos constantes del pensamiento,
es el que circunda con sus manos
sus miedos y se llena de odio,
cuando la carencia le roza al pasar.

Mas sus sueños le dan apego a su afinidad.
Él, el egoísta inmortal de las letras compulsivas,
que lleva en su cabeza términos y ojivas
diestras para dar en un corazón improcedente,
donde de amor y resentimientos
no sabe ni un pelo,
más que de la antología de su ego,
que circunda en un alto precio.




En/Inercia.
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2010.

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